"Y la soledad es no poder decirla" (Alejandra Pizarnik, "Extracción de la Piedra de la Locura")
Yo la imitaba a Celeste Carballo en el patio del colegio y mis compañeras hacían un círculo alrededor mío y pedían : "Mirinda, hacé el payaso, hacé el payaso". Tenía cinco años y me enajenaba gritando: "...ya no me aguanto ni a mí misma, ni a la otra la partieron en dos, esquizofrenia tan aguda no la cura ni un doctor ni el amor (...). Y me vuelvo cada día más loca, me voy volviendo cada día más loca, me vuelvo cada día, cada día más loca...".
La piedra de la locura ya estaba, pienso ahora. Capaz que se me dio de tanto repetirlo como si fuera un mantra. Al final me volví loca nomás. Al final no es casualidad.
La verdad es que casi nunca estuve demasiado cerca de la cordura, pero también que casi nunca me preocupó. Al revés, hasta hacía alarde de la cosa. Es que a veces me hace parecer muy ingeniosa, je. Loca como divertida, como linda, como simpática. Loca, porque la gente me quiere loca. Hasta yo me aburro de mi cuando bajo un cambio.
Pero, ufff. Ahora, justo ahora, me resulta bastante insoportable. Otra vez uffff, y es que ¡no me banco! Me cuesta vivir conmigo y no entiendo como hay un otro que quiera, que pueda hacerlo. Quizá, después de todo, soy una loca con suerte. Porque igual me quieren. Porque, con todo, me quieren.
Por eso es que por las dudas siempre le abro la puerta al otro (a ese otro bueno y lindo y grande y sabio que por suerte me quiere). Le abro la puerta para que me deje si quiere, porque lo quiero. No porque quiera que me deje, sino porque no quiero que duela tanto si lo hace. Capaz que para poderme consolar diciendo: "me dejó porque estaba loca."
Lo que sí, andá a encontrarte una mina cuerda en estos días. Eso tampoco debe ser muy fácil. Así que mejor hago lo que quiero y me quedo donde estoy -que es lo que quiero-. Y cierro la puerta. Y empiezo a forrar las paredes con colchonetas blancas. Y entonces nos volvemos locos de contentos, de amor y ¿por qué no? de pura felicidad.