domingo, 21 de junio de 2009

Un libro

Prendí la calefacción y me hice un tecito de vainilla. Pese al raid de shopping, al chat, la tele, la música y la pila de revistas, su ausencia está aquí como siempre. O más, claro, porque hoy era nuestro día. Ya sé que duelen más los cumpleaños. O que durante toda la semana me convencí de que era así. Pero ayer en la librería encontré el regalo perfecto y me puse a llorar como una pelotuda. Como una pobre huerfanita.
Era un libro de Márai, el último autor que lo conmovió. Compramos dos: uno para mí, para él; el otro para el padre de mi hijo.
Esta semana estuve pensando en las cosas buenas que a veces tiene el destino. Porque puede que no hayamos funcionado bien como pareja casi nunca, digo, el padre de mi niño y yo. Pero qué orgullosa estoy, above all, de que tengamos que transitar hasta que la muerte nos separe la paternidat. Porque algo de seguro hicimos bien. Y porque algo del destino por una vez no fue tan desatinado si trajo a este tipo desde tan lejos para convencerme de que un hijo nuestro sería maravilloso. Porque vaya que lo es.
Por eso, hoy, cuando bajé con mi retoñito de la mano, y los vi abrazarse, le agradecí y me hizo casi tanto bien como esta taza de té de vainilla darle ese libro que hubiera sido para mi viejo.

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