viernes, 31 de julio de 2009

La otra Amélie

Esta vez la quise desde el principio. Me reí con ella y no sentí que tuviera nada que perdonarle. Hacía rato que un libro no se me hacía tan divertido, cercano, profundo y sensible. Hacía rato que no leía de un tirón, contenta y sin desilusiones. Ni siquiera me enojó que terminara, tan justo y real me pareció el final de esa historia freakie como la vida de su autora, como la de todos también a veces. Una historia de amores que hacen bien y ascensos zaratustrianos que coincidió con mi propio ascenso a la cima del Cerro Bayo, y hasta con mi propia comprobación del buen amor. Desde la cumbre, lo entiendo, lo sé: yo también quiero ser Zaratustra. Y antes del descenso por ese paraíso de nieve honda y casi virgen, por un momento, yo también lo soy.

"Ser Zaratustra significa tener, en lugar de pies, dioses que devoran la montaña y la convierten en cielo, significa tener, en lugar de rodillas, catapultas que transforman el resto del cuerpo en puro proyectil. Significa tener, en lugar de vientre, un tambor de guerra y, en lugar de corazón, la percusión del triunfo, significa tener la cabeza habitada por una alegría tan espantosa que es necesaria un fuerza sobrehumana para soportarla, significa estar en posesión de todos los poderes del mundo por la única y auténtica razón de que los has convocado y puedes contenerlos en tu sangre, significa no tocar tierra por un diálogo cercano con el sol."

2 comentarios:

Anónimo dijo...

tengo muchas ganas de comparme una de esas historias de amores que hacen bien. Qué lindo Mirinda!

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.