miércoles, 22 de julio de 2009

Julio, angosto y septiembre

La Angostura es un pantalón de ski talle XS que me prestó mi mejor amiga. Wayne siempre fue flaca flaca flaca. Sin stress, sin dietas, sin llame ya, ni lombriz solitaria, ni tecito adelgazante; desde hace unos años se compra postrecitos light y hace pilates, pero nunca, nunca en la vida, se fue a dormir con la culpa de "ese" chocolatín extra. Cuando le abrís la heladera, encontrás siempre torta del último cumpleaños que festejamos en su casa, helado que le llevaste hace un mes, e, invariablemente, un plato de fideos o de capelettinis a medio comer.
Mi viejo, en cambio, no resistía irse a la cama sin antes comer un pedacito de chocolate Aero o de aquellos Aguila como de tierra que nunca más probé. Incluso después que se confirmó que era diabético, guardaba caramelitos sin azucar o algún bombón que garroneaba por ahí en su mesita de luz. Si no tenía nada, miraba a mamá con ojos lastimosos y le pedía, le suplicaba: "¿No tenés alguna cosita dulce para darme, querida?"
Mi shrink me explicó una vez que esa necesidad de "algo dulce" a la noche, a veces es un indicador de falta de serotonina, y una de las formas clínicas de establecer cuadros de depresión. Who knows... Yo lo que sé es que no puedo guardar en la heladera una torta de cumpleaños por dos semanas: me la voy comiendo en el desayuno, y de postre, y a la hora del té, y, por supuesto, a la hora del bajón de serotonina nocturno.
Pero ostento un récord notable: cuando estaba en sexto grado tenía un noviecito con el que bailaba en las fiestas. Para mi cumpleaños me regaló un Milka de los grandotes y un sticker espantoso de un perro con cara de triste y orejas caídas, de esos que venían con campera y gorra de beisbol, tipo los posters de los monitos que tantos chicos de los 80 colgaban en sus cuartos.
Yo guardé las dos cosas primorosamente en una cajita celeste de Snoopy. Dos años y unos cuantos enamoramientos después, una noche abrí la caja... y me comí el chocolate. No recuerdo si era tan espantoso como el perro. Sí que conservé el papel unos cuantos años más.



Después de todo, el pantalón me queda divino, eh. Un talle más estaría perfecto, pero con los chocolates ricos que hay en Villa La Angostura, mas vale que lleve puesto un talle menos...a modo de cinturón gástrico!!!

No hay comentarios: