miércoles, 24 de junio de 2009

Quien quiera oir...¡que no se canse!


Lo que recuerdo es apenas una imagen recortada y difusa. Recuerdo sólo porque me lo conté muchas veces. No sé si es mi historia, la que inventé, o la que otros inventaron para ellos y, sin quererlo, también para mí.

Yo sentía que las mujeres éramos algo así como guardianas de la memoria de nuestras parejas. Quizá porque una de las cosas que más me gustan es volver a contar mis historias de amor como si fueran páginas de alguna novela corta de Kundera: sufridas, intensas, apasionadas e inciertas; con personajes tan inseguros como puedo ser yo misma a veces.

Los hombres me han escuchado primero con ternura y luego con humor. Hacia el final de las relaciones comienzan a pedir que ya no les lea en voz alta, que ya no les vuelva a contar aquella historia -que además es falsa. Yo sé que es el final porque del otro me queda ya solamente aquella historia que ahora que él se resiste a oir -empiezo a sospechar- ¡es inventada!

Y entonces, una mañana los miro y descubro que ya no se parecen casi en nada al héroe de mi novela. Y así, sin más, me compro un cuaderno y empiezo a borronear un cuento más sufrido, más intenso, más apasionado. Y salgo en busca de un nuevo héroe que me quiera oir.

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