Ahora parece que mi abuela también tuvo varios candidatos después de enviudar, pero mis tías no aceptaron que volviera a casarse. Me lo cuenta mi hermana, por teléfono. "Hasta tuvo uno millonario, pero se los espantaron a todos y al final se quedó sola." La anécdota no tarda en dar con la moraleja: "No vas a hacer lo mismo que ellas, no?". Y no, claro que no. Le digo que no. Que yo también quiero que la vieja sea felíz. Lo que no quiero es saberlo, ja.
"La intimidad de los padres debe ser... de los padres", le dije ayer a mi cuñada, que desearía que su mamá también tuviera un novio. "Es muy dura la soledad, ella me cuenta. Están los hijos, los nietos, pero eso no alcanza: a todos nos gusta tener un compañero", me dijo. "Mamá ya tuvo uno", refunfuñé.
Pienso en las grandes historias de amor de todos los tiempos: qué sería de ellas si todas las heroínas sucumbieran a la necesidad -tan humana, pero tan trivial- de "tener un compañero". Cuando Harry murió, Sally conoció a su nuevo novio. Scarlett tardó quince minutos en olvidar a Rhett Buttler. Oliver Barrett se casó con una chica rica al año de enterrar a Cavalleri.
No señores. El amor grande está hecho de hombres y mujeres solos que pasan la vida esperando o añorando; de la reciprocidad de un momento, frente a la angustia de una vida.
Yo quiero un amor así, uno de "morirme contigo si te matas y matarme contigo si te mueres". O nada. Que pasen de mí los compañeros. Yo me acompaño solita. O me compro un perro.
No le pude contestar a mi cuñada por qué preferiría no saber tanto de la vida de mamá (tanto, algo, que tiene novio, eso). Pero quizá eso explica también su necesidad de un compañero. Todos necesitamos saber que alguien se preocupa por nosotros de verdad. Todos queremos tener quien nos dé las buenas noches antes de dormir, quien se interese por lo que tenemos para contar... ¡una madre, ja! Como la mía. Mi compañera desde hace 32 años; con sus historias y sus histerias, sus días de víctima y lágrima ríos; su capacidad para reirse de ella misma y hasta bancarse que nos riéramos de ella; sus días y sus noches cuidando a papá, mucho antes de que estuviera enfermo, cuidándolo nomás; su incondicionalidad... Su presencia, hoy, en casa, conmigo, haciéndose la concentrada mientras jugamos los tres a La Pista del Crimen, cocinando "algo para la noche" mientras yo me siento y escribo un rato para que no tengamos que hablar tanto. Me dió culpa: flor de hija se echó. Está lindo para tomar un gin tonic. Le voy a ir a ofrecer uno. Para romper el hielo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario