En mi niñez castrense, los 25 de mayo y los 9 de julio desayunábamos con churros y chocolate caliente. Aún de grandes, a mi padre (que quizá tenía algo de Captain von Trapp) le gustaba llamarnos temprano y decirnos a voz en cuello: "En el día de la patria, buen día".
Anteayer me llamó un viejo amigo de papá, uno de los que hasta último momento se sentaba a su lado y le contaba historias. Compartían la pasión por los caballos. Debe ser bien duro ver morir a un amigo. En fin, por entonces yo estaba demasiado concentrada en mi dolor, y la verdat es que ahora prefiero no pensarlo demasiado.
Le pregunté si sabía que mi hermano había tenido otro hijo y estaba trabajando en el Sur. "Ustedes dos, desde que se murió tu viejo han hecho un quilombo bárbaro. Cambiaron de vida por completo", me dijo riendo.
Me reí con él y no le dije, pero, en eso, creo que hay algo de herencia, algo de enseñanza. Papá también tuvo muchas vidas, también se atrevió a dar volantazos aunque eso significara tener que empezar de nuevo. Fue justamente uno de esos volantazos el que lo llevó a la Patagonia, donde fue tan feliz.
Hoy en casa hubo chocolate con medialunas porque enfrente no venden churros y porque además, salvo que sean de Manolo, preferimos las medialunas. Después hicimos empanadas y nos tomamos unos vinos. Brindamos, como siempre, a su salud.
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Hace 1 año
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