
Porque durante algunos años no hubo nada más amenazador que la gripe aviar. Las potencias del mundo destinaron millones de dólares a los planes de contingencia para frenar la pandemia que, según se pronosticaba entonces, podía terminar con el 30% de la población mundial. Hasta la Argentina tuvo su programa y hubo psicosis cuando se supo que las farmacias porteñas no contaban con el antiviral Tamiflu, usado para tratar los síntomas de la enfermedad.
En fin. Y ahora nos vienen con esto de los puerquitos. Lo que pasa es que al pollo lo disfrazás de ave y por lo menos queda un poco más poético. Con el chancho no hay nada que hacer. No hay nada menos glamoroso que terminar nuestros días a manos de los chanchos. Puede que algo tenga que ver aquello de que "lo que no mata, engorda". Aunque me inclino más por la otra teoría que dice que "la culpa no es del chancho, sino del que le da de comer".
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