domingo, 29 de marzo de 2009

Generación Pichimahuida

Tres necrológicas y un sólo aviso fúnebre de sus hermanas y sobrinas. Jorge Barreiro partió de este mundo con la misma discreción con la que pasó por él. Aunque protagonizó decenas de películas y telenovelas, para mí siempre será aquel médico buenmozo y distinguido que sobrellevaba con abnegación a una mujer que sólo sabía quejarse de su dolor de cabeza y a una hija rubia, mala y caprichosa: Etelvina Baldasarre.

Yo fui fanática de Señorita Maestra, pero de la protagonizada por Cristina Lemercier. Mi abuela me llevó a verla al teatro y todavía recuerdo la fascinación que sentí cuando los chicos entraron a la sala salticando al lado de las butacas con sus guardapolvos blancos. Casi me pisa un auto por cruzar la calle corriendo para pedirle un autografo a Efraín, y durante años tuve como apodo el de uno de los personajes de la tira. Lloré cuando perdí el cassette con el hit "los alumnos se van, pero nos dicen...señoriiita maestraaa...vendremos de visita, señorita maestra...". Como también lloraba cada vez que Etelvina le rompía el corazón a Cirilo. Y eso que no imaginaba el trágico destino de mis ídolos, ahora que la mitad del elenco murió, y la otra está en cana.

Otra vez el azar: la rubia, como otras veces lo ha hecho Palmiro Caballazca (en su caso es literal que se lo comió el personaje, y eso que era un personaje "bien comido", ah), apareció esta semana en una de esas notas corales sobre actores olvidados que quieren volver...¡Qué horror, no sólo no tienen agente, ni siquiera les ha quedado algo de dignidad!

Parece que Etelvina canta, pobre. Quizá debería probar suerte en Operación Triunfo, quién sabe no la reconozcan. En fin, su reaparición no fue la única coincidencia de la semana. Porque encima de todo tendré que aceptar que mis migrañas son crónicas. O sea que de todas las heroínas de mi novela favorita, terminé por convertirme en la madre de Etelvina. Diosss, mejor ya dejo de escribir por hoy: ¡se me parte la cabeza!

domingo, 22 de marzo de 2009

El Barrio Chino, entre Berlín y París

Había que tener los dos pies bien ataditos a la tierra para recordar que era en Buenos Aires y en este siglo tan lejos del romanticismo. Bastaron un piano, su cuerpo eterno y esa voz inmensa y dulce, hecha de noches de blues y cabaret. O fueron sus ángeles, tan a gusto en el templo de Arribeños, los que por unas horas nos dejaron volar.



Después nos fuimos a comer al Pobre Luis. A unas mesas nomás, se sentaron Ute Lemper y su pianista. Llamé al mozo y quise hacer la prueba: "I'll have what she is having"

miércoles, 18 de marzo de 2009

El azar viste de gris

Alemán. Clase Nº3. Mi desconcierto es total. Los varones han ido de gris. La mujer vestía una remera fucsia con cuello polo. Puede que haya sido despedida de la empresa. Pero también puede que no haya habido empresa ni regla alguna, y que simplemente hayan coincidido al elegir el color de sus atuendos.
Me cuesta, de todos modos, aceptar la casualidad de las coincidencias. Será que algunos humanos (como los de gris) han llegado a alienarse al punto de cumplir tan literalmente la pesadilla aquella de la moda uniformada. O será que una vez más ha obrado la rigurosa determinación del azar.


domingo, 15 de marzo de 2009

Un Aleph en el que suena Pink Floyd

Algunas veces creo percibir algo así como una voz interior que me alerta: "¡Alto! Deténgase. No lo haga. Usted puede salvar su vida". Es casi siempre unos segundos antes de decir esas cosas de las que suelo arrepentirme. Pero claro, ¿por qué iría a detenerme? ¿por qué querría salvar mi vida? Preferiría que sea mi vida la que me salvara a mí.

¿Puede una palabra, un segundo entre decenas de años, definir una existencia entera? ¿Basta con un solo acto para contar una vida? Existe realmente ese punto en el que convergen todos los puntos? Y si es así, ¿cuál sería el instante crucial que me justifique a mí, a Mirinda, en la inconmensurable circularidad del Universo?


jueves, 12 de marzo de 2009

Alemán para principiantes

Segunda lección. Me preocupa que el grupo que en la primera clase estaba vestido de verde, hoy haya ido de gris. Son una mujer y dos hombres de alrededor de 30. Uno de ellos trajo puesta esta vez una camisa gris y una corbata blanca. El otro había invertido los colores del equipo. Ambas corbatas tenían un tinte de terminación perlada.

Pienso que es posible que todos trabajen en la misma campañía. Pero... ¿qué clase de empresa haría que sus empleados vistiesen con un color predeterminado cada día de la semana?

Estoy ansiosa porque llegue el lunes para ver si:
a) vuelven al verde (lo que probaría la existencia de un código compartido que los obliga a vestirse por colores asignados a cada día de la semana);
b) visten engamados, pero no de verde, ni de gris (de lo que también se desprendería la existencia de un código común, aunque no regido por los días de la semana); o
c) aparecen desengamados, echando por tierra toda posibilidad de análisis.

Ninguna de las opciones resolverá mi intriga. Empiezo a temer que se trate de participantes de algún extraño juego de rol, para el cual sea necesario hablar alemán.

Descubro en mí cierta tendencia a ampararme en soluciones mágicas cada vez que algo escapa definitivamente de mi control.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Marchando por un sueño

Y ahora, encima, Tinelli. El pobre Tinelli. Le dijo a Rial que los delincuentes están todos libres, y él tiene que vivir "encerrado entre las rejas".
Susana, Moria, Cacho, Sandro, Carlín, el Facha, Spinetta (!), Piazza, Guillote. Marcelo, con su ojo para el showbizz, vislumbró la taquilla de semejante cartelera y no quiso quedar afuera de la producción.
Enterado, el ministro se calzó los patines y se deslizó hasta donde lo dejó llegar la custodia del conductor televisivo. A través de las rejas, no pudo sino garantizarle al aficionado maratonista seguridad en su nuevo desafío: marchar junto a una interminable lista de famosos, extras y otros "luchadores" de los derechos humanos hasta la Plaza de Mayo.
Ante las luces de las cámaras, un Tinelli de cabeza rapada, tatuajes, y quizá aún con muletas tras la reciente intervención quirúrgica que se le practicó en los meniscos podría decir: "Muy buenas noches, América; yo tengo un sueño..."
La Plaza se vendrá abajo: según lo acordado con el ministro, caerán papelitos hasta del balcón presidencial, una fila de vedettes y modelos desfilaran llevando la bandera, que se arriará para liberar el mástil, donde Nazarena -que prometió bajar cinco kilos si tiene un lugar destacado en el cartel- hará su performance de caño mientras cinco enanos y un stripper musculoso le acercan la pileta del acquadance.
Un fabuloso e impensado comienzo de temporada, en un año que parecía inexorablemente signado por la crisis. Porque, a pesar de todo, el show debe continuar.

lunes, 9 de marzo de 2009

Ich heiße Mirinda

Hoy tuve mi primera clase en la Goethe de Corrientes. Imaginaba que los otros aspirantes inspirados por el alemán serían secretarias cincuentonas, y filonazis. No es que haya llegado hasta ahí seducida por mis prejuicios; sí puede que de puro seducida.

Llegué temprano. En el aula había un muchachote que parecía salido de Elephant, vestido de negro, con un mitón de cuero y tachas que no se quitó en ningún momento de la hora y media en que jugamos a hacernos preguntas de perfil en deutsche. Después llegó un señor alto, canoso y cordobés. Una descripción que podría responder al ideal del hombre buenmozo según la tía de mi amiga del alma; pero también a la del hijo de un jerarca refugiado en el bucólico paisaje serrano.

Por lo demás: una niñita con aparatos que creo haber visto antes en versión animada, como la niñera boba del bebé de Los Increibles; la secretaria cincuentona, que declara hablar español, italiano e inglés, si bien es cierto que aún no confirmé su profesión; un hombre de negocios; y mucho freakie y nerd.

Lo que más me llamó la atención fue que varios de mis compañeros tenían camisas y corbatas verdes. Pensé que se trataba de empleados de alguna compañía con uno de esos convenios especiales para su personal de planta. Pensé en verde. Y no sigo. Si hubiera pensado en los cieguitos, quién sabe subida a qué Falcon estaría viajando aún mi paranoia...

sábado, 7 de marzo de 2009

The Green Smile

Me hago la superada, sonrío, y trato de ser tan amable como me enseñaron que se debe en estos casos, mientras veo como lo más importante que tengo en la vida se va con ellos. Me da un abrazo fuerte y hace como que me va a extrañar. Hasta ahí no es más que un sábado cualquiera. Salvo porque, ya en el ascensor, descubro que además de falsa, mi sonrisa es verde: el oprobio tomó forma de acelga entre mis dientes.
Esos boios de Valenti son lo más, eso nadie puede discutirlo. Pero, ¿quién me manda a comerme un tentempié justito antes de bajar, eh?
Me queda la esperanza (verde) de que no me hayan visto. Pero es realmente muy remota. Odio a los vegetales, a los veganos, a los vegetas...
Para cuando llego al séptimo, estoy toda verde, ¡de la bronca!



Eso es lo que se llama "reirse de uno mismo". Juaaaa...verde de la risa estoy....

(!) Otros temas que pudieron haber sido la cortina de este post: Ojalá (Silvio Rodríguez), Color Esperanza (Diego Torres), La muralla verde (Los enanitos idem), Yuyo verde (en versión de Palo Pandolfo), Pulling teeth (Green Day), y... se aceptan sugerencias para esta lista

miércoles, 4 de marzo de 2009

Por una unión democrática

Eso de la unión libre es un oximoron. Como estado civil, casado es más creible. Si te unís, por más pareja abierta que te vendan, básicamente estás cediendo una buena parte de lo que te queda de libertad. Todo bien. Se puede querer eso. Pero hay que asumirlo como un problema de suma cero. Lo que ganes de amor, cama calentita y domingos por la tarde, equivale a lo que perdés de joda, cama toooooda para vos -eso de "todavía duermo de mi lado" es una mentira descomunal-, y amenas depresiones de domingo para hacerte los pies, o probarte ropa, o mirar películas de las de ver de nuevo.

Otro oximoron: "mi ex". Si es ex, es obvio que sobra el pronombre posesivo. Si dejó de ser, entonces ya no es...tuyo. La pregunta sería si es tuyo mientras se supone que lo es; o sea, mientras aún no es ex. O si el posesivo aplica también para casos de unión libre.

Me estoy mareando. Igual a mí casarme me gusta. Más si voy de blanco. O de tiza, manteca o té, o del color que mejor le quede a una chica grande como yo.

Me gusta por la fiesta. Pero sobretodo me gusta que haya un otro decidido a sacrificarse compartiendo toda su vida conmigo, aunque después no aguante, porque lo lindo es el compromiso. Que alguien que te conoce -no con tu cara de normal de la puerta del colegio, o del supermercado, sino con la de sacada porque no encontrás las llaves o porque se acabó la coca light o cualquier boludez por el estilo que implique una pequeña desviación respecto de tu plan original- quiera quedarse para siempre por vos, y declararlo publicamente...que alguien que querés te asegure que el amor es para siempre, aunque vos ya sepas que de eso nunca hay garantías...merece como mínimo que lo pienses. Más si sos una chica insegura como yo.

Y todo esto ¿para qué? Para que de una vez la vida de Mirinda se vuelva participativa. Para que la blogósfera decida. Para que no lo haga su inseguridad, ni el amor, ni el destino. Para que esta sea, ya que no libre, una unión democrática.

A la derecha de la pantalla verán, encubierto en la forma de una simpática encuesta, un deliberado pedido de ayuda. Porque yo ya tomé muchas deciciones cuando era chiquita. No Legrand.

El beneficio de la duda

Es que, a pesar de lo que se puede leer en Wikipedia, Clint Eastwood no es vegano, y hasta parece levemente horrorizado cuando se le explica exactamente lo que es un vegano. "Por eso nunca miro Internet", dice el actor.

Volviendo al post de ayer, si todos los obtusos son Clint Eastwood, creo que me caen simpáticos.

No hay nada más esperanzador que el beneficio de la duda. Empiezo a pensar que quizá sea una persona optimista. O no. Porque también puede ser que el optimismo sea sólo una negación del pesimismo, o sea: pesimismo al cuadrado.

Como sé que las cosas sólo pueden ir empeorando, intento verles el lado positivo, para combatir mi depresión. Pero como me gusta deprimirme, a veces dejo colarse algún que otro pensamiento oscuro para tomar la cama con la actitud precisa. También lo hago por superstición: a veces me parece que si no pienso o no hablo de las cosas, es más difícil que ocurran. Pero tarde o temprano, el destino se impone y me encuentra deprimida.

Es una cuestión etimológica. Si fuera bueno, sería buen tino. Lo que viene, casi nunca es exactamente lo que buscamos. Y es obvio que en mi caso eso es una suerte.

martes, 3 de marzo de 2009

Apología de la tele

No entiendo a los que declaran férreos: "Yo no veo televisión", como si hubiera algún valor en eso. He oído decir con orgullo: "Tengo tele, pero la uso como macetero", "Sólo veo el canal cultural" (como si la cultura fuera un programa que dan por un sólo canal), y otras patrañas que nadie discute. Pero dudo que alguien se llenara la boca al afirmar, por ejemplo: "Yo no uso Internet". ¿Qué clase de obtuso rechazaría por principios el uso de semejante herramienta de comunicación?

Yo, en cambio, quiero reconocer públicamente la enorme deuda de gratitud que tengo con la tele. No he tenido una relación tan duradera, ni tan estable con ningún otro ser vivo ni objeto inanimado (dos categorías que no alcanzan para clasificarla).
Para mí, que me pasé la adolescencia sin dormir (no sé que vino primero, si la depresión o el insomnio), la tele ha sido una compañera fiel y generosa, que -salvo cuando salía corriendo de la pileta porque no podía perderme Una voz en el teléfono-, jamás me reprochó mi falta de constancia, o que le dedicara más tiempo a un libro o a mis amigos que a ella. Jamás se quejó mientras la apagaba, apenas un click y un discreto telón sobre la pantalla. Y además, ni siquiera necesita que se le preste demasiada atención.
Duermo con la tele: hasta el día de hoy, me hace sentir más tranquila, me predispone para mejores sueños, me ayuda a tener menos miedo en las noches de tormenta. Renuncio con sacrificio a su compañía nocturna sólo cuando estoy muy -ciegamente- enamorada.

Porque yo -como Guillermo Blanc-, yo señores, yo amo a la TV.