
Así que por esta vez hubo Mirinda de azul (Miranda! también, pero de animal print). Con brillitos y antifaz al tono, colada en gira carnavalezca por el Faena. Ahí donde siempre es de noche, como yo.
Como ya que estábamos recorrimos las habitaciones -tan teatrales-, por poco terminamos durmiendo en la de la pareja más cachonda del espectáculo (cachudos, puede ser, pero quién les quita lo cachondos, no?). En cambio, fuimos a dar a una fiesta cuya anfitriona personificaba una versión humana de caniche toy. Me felicité por haber comprado tantas revistas Gente este verano: fue una guía -aún después del segundo mojito- para reconocer a los invitados, djs, vjs y demás stars nostálgicas del Este...
Y como una amiga de una amiga es amiga de Feizbuc de Charly Alberti, me presenté sin más, entre copas. Me animó que mi chico, también entre copas, dijera que la novia era fea. Je. Porque una chica siempre se anima con esas cosas.
Cuando bajo la lluvia torrencial cruzábamos el puente para dejar atrás esa isla de torres escenográficas y personajes de comic que es Puerto Madero, se me ocurrió que estábamos cruzando una frontera. No la de un país, sino la de una dimensión en la que lo desconocido es (nada menos que) la realidad.
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