Ayer fui al cementerio. Nunca lo hago. No necesito una placa para recordarlo, si no hay un sólo minuto en que lo olvide. Pero los ritos son necesarios. Ayer me hizo bien darme un tiempo para ir a ese lugar donde llorar a gusto mi dolor cotidiano.
Papá está enterrado en uno de esos cementerios en los que las lápidas apenas se distinguen entre las flores de un jardín que bien podría haber sido el campo de golf de un barrio privado. Creí que llegaría de memoria y no quise pasar por la administración para consultar. Sentí que si decía su nombre me quebraría sin consuelo.
Así que caminé errante por senderos con nombres tan pasteurizados como "los tilos", "los cedros" y "los ceibos". En la plaza "de la misericordia" entendí que estaba perdida y rompí a llorar.
Llamé a mamá. No podía hablar. Lo primero que me salió fue como un espasmo. Me preguntó qué me pasaba. Mi respuesta fue tan surrealista como inapelable: "No encuentro a mi papá".
Mientras me daba indicaciones por teléfono, apareció un hombre en uno de esos carritos blancos tan comunes en los links. Me llevó hasta donde no estaba tan segura de querer ir, para que dejara la flor y me animara a hablarle en voz alta.
En cuanto lo ví supe que si hubiera sido una película (dice Bioy que las mujeres "cuentan su vida como si fuera un escenario donde a cada rato hacen entradas triunfales, ante la ovación del público") su papel podría haber sido interpretado por Morgan Freeman. Una especie de ángel vestido con traje de trabajador, la frente húmeda y pocas palabras. Corrió el pasto seco del mármol para que los dos leyéramos su nombre, para que viéramos la fecha. Y después se alejó, sin decir más, en el carrito.
Types Of Herons
Hace 1 año
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