martes, 25 de noviembre de 2008

Frankly, my dear, I don't give a damn...

Volví a ver Lo que el viento se llevó. La última vez fue en VHS: dos cassettes que alquilamos en el almacén devenido en videoclub de José, que más tarde fue una sucursal de venta de tiempos compartidos, luego una librería artística donde hacían fotocopias color, y ahora, quien sabe, un cyber o una tienda de diseño alternativo.

La historia social de la Argentina cabe en la de los emprendimientos de aquel gallego amable que conocía a los vecinos por su nombre y no necesitaba que le indicaran cuanto de queso, ni cuanto de cocido, porque sabía también de memoria sus gustos. La mujer de José, Rosalía, no había perdido el acento y me premiaba con una Tita o una Rhodesia cada vez que yo recitaba "Cultivo una rosa blanca..." sentada en el mostrador. El hijo, que se ocupaba del videoclub, me regaló un póster gigante de Patrick Swayze en El duro que colgó varios años de la puerta de mi cuarto.

Contra el marco de otra puerta, Rhett Butler le entrega su pañuelo a Scarlett y yo no sé si entonces lloraba como ahora, ni si lloro por ellos o por todas esas otras cosas que el viento se llevó.



(Al menos nos quedan la Tita y la Rhodesia.)

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