Hablando de argentinidad: enfrente de mi casa abrieron uno de usos restaurantes que a la tarde sirven
mate con
bizcochitos. Tiene mesas rojas, sillas de paja y manteles de papel donde grandes y chicos se animan a dibujar tentados por las canastitas con crayones. Se pone “así” de gente, al contrario de lo que ocurría con el local anterior, con sillones de cuero, paredes enchapadas en madera y aspiraciones de
nouvel cuisine, del que sólo prevalece un gigantesco espejo cuyo marco sucumbió bajo una capa de pintura roja.
A mi me gusta que se haya transformado en un bolichito regional y está claro que a los vecinos también. Es cierto, a mí porque tengo un hijo con quien se me hace más fácil disfrutar de una comida si hay crayones. Y porque además es barato. Parte del maquillaje de la crisis consiste en poner de moda, o al menos en no cuestionar, salidas y costumbres que no requieren desembolsar demasiado.
Ahora, lo que me hace ruido, es que todos los mozos son colombianos. Los tipos te sirven asado y pastel de papas como si fueran arepas, pero eso tiene sus riesgos: hoy me trajeron una porción de entraña…con limón. También descubrí que la mayoría de los platos viene sobre una especie de colchón de lechugas, croutons y queso rayado finito, como de paquete, todo sin condimentar.
Es la tercera vez que voy en poco más de una semana, y en cada una me he prometido no volver. El servicio es lento, la cocina es mediocre, los platos llegan fríos. Y sin embargo sé que pronto estaré ahí otra vez. Improvisando críticas en el mantelito de papel, pero ahí otra vez.

El verdadero plato fuerte: hoy, en la mesa de al lado se sentó
Cecilia Bolocco. En una de más allá, sus custodios. Ahora pienso que puede ser que la dueña sea ella, porque el café lo tomó de dorapa en la barra, estuvo hablando largo rato con un señor de otra mesa y se mostró muy amable con todos los comensales, hasta alzó su vaso -porque en los lugares como este no se usan copas- para brindar con un viejo que estaba en otra mesa. Me estiré para ver que había comido. En su lugar había una de esas cazuelitas en las que se sirve locro. Con lechuguitas y limón. Al final, la chilena no fingía cuando se envolvía en la bandera cual Evita menemista: ama a nuestro país, le gusta el locro en colchón de hojas verdes, la entrañita con limón...capaz que hasta pasa una tarde y se ceba unos buenos verdolagas, o hace topless junto al horno de barro.
Y bue, mi barrio da para todo. Lo que más me preocupa, con tanto colombiano y ex Miss Universo dando vueltas, y encima con ese horno funcionando todo el día, es que una de estas noches nos tengamos que morfar un fiambre… Ojo, que visto de este modo cobra un cariz bastante sospechoso todo este asunto del limón.